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jueves, 14 de enero de 2016

El pecado


“Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él”. Este es el primer versículo en la Biblia que contiene la palabra pecado, se encuentra en el libro de Génesis capítulo 4 y su versículo 7 donde explicaba Dios a Caín (hijo del primer hombre en la Tierra, Adán) que haciendo el bien será bendecido, pero si no lo hiciese el pecado a él le será sujeto. Con estas palabras Dios da a entender de modo general que si hacemos lo contrario al bien el pecado se ajustará a nuestras vidas haciéndonos dependiente de él y no de Dios, causando que la presencia de Dios se distancie de nosotros. Ahora, ¿Qué pasaría si Dios se alejara de nosotros?..., muchas cosas malas.

Se escucha, se escribe mucho sobre el pecado, pero ¿Qué es el pecado? El pecado es una naturaleza inmaterial presente en los seres humanos, asociada al mal y a la imperfección. Todo el inicuo, el malo, el malvado, prevaricador, transgresor, aquel que no cumple con la Palabra o Mandamientos de Dios es un pecador. Cada uno de nosotros como seres humanos nos caracterizamos por tener un poder bastante limitado, debido a esto es que solo en conjunto logramos extender un poco esas fuerzas aunque no deja de ser limitado. El pecado existe en nosotros y puede desarrollarse al abandonar las prácticas de justicia y el bien, al apartarnos de Dios y su luz. Por tanto, el pecado es también desafuero.
 
Esta naturaleza que abunda en nosotros es algo que nos caracteriza también como seres imperfectos y nos impide poder lograr vencer las vicisitudes de un ambiente lleno de tiniebla abismal sin Dios. Sin Dios, somos nada; porque Él es el único que puede desaparecer el pecado en nosotros. Haciendo el bien, estamos con Dios. Solo hay una manera de ser perfectos y es cumpliendo con todo lo que nos manda Dios en su Palabra. Todo en la vida, requiere de un gran esfuerzo pero para ser luz enfrente del rostro de Dios, se requiere más de un poder, un don y esfuerzo, se requiere amor.
 
El pecado es capaz de destruirnos, y hacer de nosotros una miseria. Mientras más beneficios damos al cuerpo físico, más adquirimos debilidad interior; más lujos a la carne, más el pecado se apodera de nosotros. ¿Cómo damos más beneficios al cuerpo físico? Pues, haciendo lo malo, olvidando a Dios, rechazando lo bueno contradiciendo la palabra de Dios, amándonos más a nosotros que al prójimo, deseando todo para nosotros, andando en prevaricación y vanagloria, ejecutando la inmoralidad sexual, idolatría, espiritismo, adulterando, robando, asesinando, destruyendo la naturaleza, maltratando al inocente, siendo amigos de las injusticas y otras malas prácticas similares a estas. Abramos los ojos, y luchemos contra el mal dando más lujo al alma al dar más de comer al espíritu, haciéndonos más temerosos de Dios. Ser temeroso de Dios comprende hacer el bien cada día. Haciendo el bien cada día, el pecado se va haciendo pequeño y pequeño aumentando nuestras fuerzas internas y llenando de hermosos pastos de flores verdes nuestro caminar en la vida, alcanzando así el éxito verdadero.
 
Esto que se llama pecado, es una naturaleza debido a que se originó en un corazón y fácilmente fue heredado de generación en generación. El pecado es como un defecto hereditario y esto tiene su explicación cuando vamos a la historia en que Dios creó al primer hombre y a la primera mujer, ambos eran “Nuevos” y el pecado no se había desarrollado en ellos , pero el pecado nació en ellos en el instante en que cometieron desobediencia a Dios (Génesis capítulo 3). Ahora, tenían la mancha del pecado y la imperfección en su interior que más luego heredaron a sus hijos y vemos cómo la maldad era grande en el interior de su hijo Caín (Génesis capítulo 4). Así se ha ido trasmitiendo la maldad en los corazones de los hombres, como el primero pecó los postreros heredaron esa naturaleza pecaminosa de su interior. Como dijo el rey David: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. Salmos 51: 5
 
¿Existen pecados más graves que otros? Si, percibimos esta realidad al ver cómo Dios enumera los Mandamientos, el primero es el más importante, el último es menos importante, pero igualmente que el primero se requiere para alcanzar la perfección, si cumplimos el primero cumplimos el último. Pecados como la idolatría, la fornicación, el adulterio, la homosexualidad, la extorsión, el robo y el asesinato son pecados graves que no debemos cometer, tal y como lo indica la Palabra de Dios:
“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,
 
ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”. 1ra de Corintios 6: 9-11
 
Un ejemplo de la historia que demuestra esta verdad es la destrucción de Sodoma y Gomorra, la Biblia dice que los hombres de estas ciudades eran malos y pecadores en extremo: “Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera”. Génesis 13:13
 
Es bueno mencionar que la Biblia también indica que todo aquel que comete un pecado a propósito es poseedor de un malvado corazón: “y vosotros habéis hecho peor que vuestros padres; porque he aquí que vosotros camináis cada uno tras la imaginación de su malvado corazón, no oyéndome a mí”. Jeremías 16: 12
 
La Biblia es clara en todos los aspectos, cuando una persona decide seguir pecando ya sea en una misma cosa o en diferente, a pesar de saber y aprender la verdad de lo que es correcto, esta persona será condenada por Dios: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. Hebreos 10: 26-27
 
Existe una manera de ser perfectos, y es siéndole fiel a Dios obedeciendo toda su perfecta Palabra, arrepintiéndonos de lo malo que hemos hecho, pidiéndole perdón a Dios y abandonar toda práctica inmunda que haya habitado en nuestros corazones decidiendo finalmente hacer el bien con todo el corazón para siempre:
 
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”. Isaías 55:7
 
 
                  
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