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viernes, 6 de marzo de 2015

Décimo Mandamiento

 

No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.

 

Éxodo 20, 1-17.

 

 

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No desear los bienes de tu prójimo.

 

La verdadera obediencia al décimo mandamiento involucra nuestros pensamientos, actitudes y enfoques.

 

La codicia y todo pecado comienza en nuestro corazón.

 

“Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo 15:18-20).

 

La codicia que es un pecado mental encamina a otros pecados como la idolatría que es la violación al primer mandamiento,  como el Apóstol Pablo por inspiración de Dios escribió: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Colosenses 3:5-6).

 

“Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:5).

 

Jesucristo explicó: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). La adoración a las riquezas nos separa de la adoración al Dios verdadero.

 

Esa es la razón por la que Jesucristo también nos dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro Tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).

 

 

Debemos ser capaces de obedecer los mandatos de Dios para el bien de todos. Debemos agradar a Dios porque grandes cosas ha hecho Dios por cada uno de nosotros aunque no alcancemos a verlo, aunque no lleguemos a entender Dios es el único al cual admirar, al cual amar, al cual rendir obediencia y toda nuestra lealtad de corazón. Dios es quien nos ha dado existencia y no es para un simple existir sino para cumplir con su palabra.

 

Este mandamiento nos ayuda a ser puros, su enseñanza nos conduce a forjar caminos de paz, a ser felices, a fundamentar respeto por los demás. Por medio de este estatuto, que es perfecto a instruir buena conducta, Dios nos muestra  cómo adquirir la paz y felicidad verdadera. Este mandamiento nos libra de toda impureza de corazón, de todo  pecado, como la envidia, el egoísmo, el odio, la avaricia, la ambición, blasfemia,......,  nos ayuda adquirir libertad. Nos guía hacia la expansión del conocimiento.

 

En la Biblia se registran  muchos ejemplos malos de codicia, tales como cuando David codició a Betsabé (2 Samuel 11:1-4) y Acab codició la viña de Nabot (1 Reyes 21:1-6). En ambos casos, este pecado mental condujo a otros pecados, incluso el homicidio.

 

 

Imagínese una Tierra en la cual todo ser humano no tenga el interés por querer ser como los demás, vivir conforme a lo que Dios le ha proveído, sanamente compartir con los demás, sin envidia, sin infelicidad, llenos de paz y alegría. Sin preocupación alguna, no tener ni que imaginar que seremos mal vistos por las bendiciones que se nos han sido dadas porque hay seguridad de que estamos en medio de un mundo de amor.

 

Entender y apoyar este mandamiento no es el hecho por el cual Dios nos lo ha dado, sino para vivir y actuar. El acto es lo que marcará la diferencia. El efecto de la acción es la que nos convertirá en seres de luz en esta tierra. En personas que agradamos a Dios. Dios es verbo y así como Él es verbo nosotros también debemos serlo. 

 

Aprender a obtener contentamiento en Dios es la cura fundamental para alejar el mal de nuestros corazones. A vivir alborozados en la vida, brindando alegría a los corazones y no mal. Instruirnos con la verdad de vivir cada día agrandando a Dios, para que todo obre para bien en nosotros. Satisfacer nuestro entendimiento con palabras de vida actuando conforme a la voluntad de Dios que es Cristo quien nos da la fuerza. Como dice el apóstol Pablo en su epístola a los Filipenses:

 

“….. he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4, 11-13)

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